A finales del siglo XVIII, la ciudad cayó bajo mando francés cuando Napoleón invadió el Piamonte. Él demolió las antiguas murallas y fortificaciones de la ciudad para hacerla más adecuada a las prácticas militares modernas. Esa actuación radical permitiría la dramática expansión de la ciudad en años posteriores. Si bien Turín conservó su disposición básica del siglo XVIII, se produjo una expansión moderna en todas direcciones que incorporó al río Po en el casco urbano. Puesto que Turín podía crecer ahora libremente, la revolución industrial se apoderó de ella convirtiéndola en uno de los bastiones de la fabricación en Italia. Ese estatus recibió un empujón adicional cuando la ciudad se convirtió en 1861 en capital de la nueva Italia Unificada. Se desarrolló un sistema ferroviario para asegurar el fiable transporte de entrada de materias primas y salida de bienes acabados. La I Guerra Mundial supondría una contribución adicional al crecimiento industrial de Turín: Fiat pasó de 4.000 trabajadores en 1914 a 40.000 en 1918. Tras sufrir severos bombardeos durante la II Guerra Mundial, que dejaron la ciudad en ruinas, son muchos los que piensan que fue la Fiat la que reconstruyó la ciudad y la transformó en la capital industrial de Italia.
Muchos de los principales monumentos de Turín están situados en la Piazza Castello y sus alrededores. Ahí se encuentran el Palacio Real, la Biblioteca Real y el Teatro Real. En el mismo corazón de la plaza está el Palazzo Madama, un edificio que refleja la historia de la ciudad en sus múltiples estilos. Parte del palacio consiste en una puerta romana transformada en castillo en el siglo XVII y que posteriormente adquiriría una fachada barroca. En la actualidad, el palacio acoge un museo: el Museo Cívico de Arte Antiguo. Desde la Piazza Castello parten radialmente importantes calles comerciales, como Via Roma, Via Po y Via Garibaldi.
Porto Palatina es una imponente reliquia de la época romana. Este impresionante edificio consta de dos torres de la muralla romana que un día rodeara la ciudad. No lejos de allí, en la Via XX Settembre, se encuentran los restos de un teatro romano cerca del sótano del Palacio Real.
La catedral renacentista de Turín fue construida en 1498 y dedicada a San Juan Bautista. La famosa Capilla del Santo Sudario se construyó sobre la estructura existente entre 1668 y 1694; actualmente se encuentra en fase de restauración tras el incendio sufrido en 1997.
Comer y beber son aspectos importantes del estilo de vida italiano, y Turín tiene mucho que ofrecer en ese sentido. Déjese caer por cualquiera de los muchos bistros y cafés del centro de la ciudad para probar los productos locales. El Piamonte es famoso por sus excelentes trufas blancas, utilizadas en muchos platos tradicionales o degustadas como delicia gastronómica en sí misma. Muchos quesos de renombre, como Gorgonzola, Murrazano y Grasso d’Alpe, tienen su origen en la zona. Por supuesto, deben ir acompañados por un buen vaso de vino, preferiblemente Barolo, Barbera d’Asti, Barbera d’Alba, Moscato d’Asti o Asti Spumante.